La candidatura del chamamé como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, propuso, entre otros puntos, «una amplia promoción de nuevos espacios y la mejora de los existentes, la transmisión de los conocimientos y técnicas conexos, la educación informal, las actividades de promoción y preservación, el apoyo a la creación de nuevas producciones de investigación, y medidas de investigación e identificación».
Como el tango, nacional, popular y universal
Considerado durante mucho tiempo como el hermano menor del folclore argentino, el chamamé fue ocupando lugares cada vez más importantes. Tras el mboyeré que empezó a cobrar forma en la época de las misiones jesuíticas, el chamamé tal como lo conocemos nació a principios del siglo XX.
Los expertos hablan de los cuatro próceres del chamamé al referirse a Emilio Chamorro, Mauricio Valenzuela, Ernesto Montiel y Mario del Tránsito Cocomarola, que son los que sentaron las bases del género en la década del 30 y 40.
Fue a partir de los 70, con la incorporación de una camada de músicos jóvenes, que el chamamé cobró impulso y además de renovarse pudo llegar a otras provincias y ganar mayor status cultural. Algunos de aquellos jóvenes intelectuales que le aportaron nuevas capas hoy son leyendas chamameceras: Mario Bofill, Teresa Parodi, Antonio Tarragó Ros (h), Marilí Morales Segovia y Pocho Roch. A ellos les siguieron en los 90 referentes como Nini Flores, Raúl Barboza y el Chango Spasiuk, que le dieron un espíritu internacional que hace que estos sonidos sigan girando.